16 diciembre 2013

El latido de la zambomba



Escribo desde el sur, desde la Baja Andalucía, una tierra que por estas fechas –y desde que concluyó el mes de los muertos- ha reunido a sus gentes en torno a una hoguera, unos buñuelos, una botella de anís y una zambomba para cantar romances y canciones, siendo hasta hace nada uno de esos reductos excepcionales donde el canto tradicional sucedía espontáneamente, es decir, con la cadencia que la costumbre, la ritualidad, el clima y la sensibilidad humana iban imponiendo. Hasta hace nada.

Hoy por hoy, se celebran zambombas en peñas, salas comerciales y teatros. He estado en algunas de ellas. En ninguna he oído un romance, en ninguna ha sonado la zambomba, el corazón de la fiesta, el ronco y hermoso son que invita a cantar juntos. Ahogada su voz por cañas rocieras, cajas y guitarras, he visto a la zambomba muda, colocada en una esquina, adornada con espantosos espumillones y con siniestras telas de lunares, como esperpénticas mortajas de una mujer anciana que molesta.

Al compás de esos nuevos ruidos, he oído chirriantes villancicos de nuevo cuño, muchos con estribillos tan dantescos como “Vámonos pa el Rocío / que es Nochebuena…”, que sonaban como adolescentes maleducados y ebrios. Y he oído alguna antigua canción deshilachada, hecha engendro por obra y gracia de la sacrosanta bulería.

¿Qué ha ocurrido en los últimos treinta años para que se haya arrasado con la memoria de al menos ocho siglos?, ¿qué se ha entendido como patrimonio cultural, un asunto al que ha ido a parar mucho dinero público?, ¿cómo se ha aplaudido este desprecio a la cultura? Hay algunas explicaciones. Canal Sur, la televisión autonómica de Andalucía, ha derrochado en españas de charanga y pandereta, ha magnificado un tipismo indolente y abotargado, ha alimentado la peor autoestima de los andaluces. Muchos ayuntamientos, en connivencia con cajas de ahorros (y el ejemplo más lamentable es el de Jerez de la Frontera), ha falseado el folklore, travistiéndolo, poniéndole un traje de flamenca muy parecido al que luce Lolita Sevilla en Bienvenido Mr. Marshall, editando discos infames en los que la mentira se hacía moda. Y de parte de políticos y demás responsables de la gestión cultural se ha ejercido una sublimación estética y comercial del flamenco, a todas luces bastarda, interesada y fraudulenta.

Y por eso ya no se oye aquí el latido de la zambomba.