26 diciembre 2006

Coplas de zambomba en Arcos de la Frontera




De cómo los vecinos de Arcos desafían a la industria navideña para recuperar su memoria


Reunirse en el patio, la calle o la plaza, alrededor de la candela; cantar romances y coplas al son de la zambomba de barro y morcelina, del almirez y de la botella de anís y la cuchara; calentarse el interior con vino y buñuelos, y con más coplas… Los arcenses recuerdan que todo eso, en diciembre, fue espontáneo hasta hace muy poco, y que de diez años acá el rito se fue acobardando, probablemente acosado por los discos ruidosos –nochebuena enlatada- que ahogaron el sonido del pueblo desde los altavoces de casas y bares.

El pasado 22 de diciembre, por cuarto año consecutivo, los vecinos –niños y grandes- de “El Barrio” se arremolinaron en torno a la leña y retaron a la madrugada, al olvido, y a más de un adolescente que se acercaba hasta la barra de Alfonso el de la Viuda para suplicar “música disco”. Nada pudo con ellos. El romance de “La hermana cautiva”, la retahíla de “Las doce palabras retorneadas”, las coplas regocijantes de “Garbanzos verdes” y las pícaras de “La cochina de mi suegra” sonaron repetida y grandiosamente. Se rechazó el cante de quienes se abandonaban a la melodía de los discos y se exigió con honradez las tonadas de Arcos, primorosamente conservadas por las mujeres de más edad, a quienes urge legar su frondoso patriomonio.


Hasta aquí les ha llevado una aventura, la emprendida por el maestro de primaria Francisco Garrido y por sus alumnos del Colegio “Juan Apresa”, que en 2000 iniciaron la tarea de aprender las coplas de zambomba tal y como durante siglos habían sonado en su pueblo. Recogieron así las letras que Remedio Perdigones, Josefa Oliva y las vecinas de la Barriada de La Paz habían venido entonando cada diciembre, y aprendieron a afinar el carrizo, a batir con alegría el almirez y a acompasar la pandereta sin estruendos. Grabaron entonces un CD de factura artesana en el que las voces de los niños venían a tomar el relevo de las voces cascadas y sabias de sus abuelas. Ahora, obtenida la protección de su Ayuntamiento y la confianza en el proyecto escolar de la Consejería de Educación, editan remozadas sus grabaciones en un CD-ROM que recoge el sonido, las imágenes y la crónica de la zambomba arcense.

Coplas de zambomba y villancicos (2006) es un ejemplo del hacer respetuoso ante la tradición oral. Contiene las grabaciones de los alumnos del “Juan Apresa”: hasta veinticuatro temas en un paseo rico y completo por las melodías navideñas de Arcos, romances venerables y paganos de caballeros nobles, pacientes damas e infortunados cautivos, relaciones devotas provenientes del folklore de los Apócrifos, historias dieciochescas de rufianes y bandoleros, coplas de amor y muerte de un lirismo intenso y desinhibido, y coplas erótico-burlescas, más desinhibidas aún, sobre el amor y la familia. Contiene además una guía cuidadosamente elaborada sobre los orígenes y el desarrollo del romancero y sus vinculaciones con el flamenco, muy pedagógica y bien documentada. Y contiene imágenes y sonidos de Arcos, ese espacio natural y milagroso en el que los niños han abierto el nuevo siglo de otra manera.

Las canciones, entonadas por los niños, son un bálsamo para la memoria: no tienen los melismas de las mujeres más aedadas cuando abordan los episodios más trágicos de tal o cual romance, ni la sorna sabia con la que éstas ambientan las estrofas más picarescas o desvergonzadas. Los niños no saben aún del dolor, y eso se nota, pero no deja de ser emocionante presenciar cómo recogen los cascabeles de la canción tradicional para que les sirva en su camino. De bienvenida, la pasada noche, volvieron a entonar para todos:

“Entren pa dentro
los que están en la puerta,
entren pa dentro,
que parecen costales
llenos de afrecho.
Suban pa arriba,
que parecen costales
llenos de harina.
Ya que han entrao,
el favor que les pido
que estén callaos…”

Publicado hoy en La Voz de Cádiz

23 diciembre 2006

Patrimonio intangible, patrimonio vendible


La foto fue tomada anoche, en Arcos de la Frontera (Cádiz). La candela luchó contra el frío, y los vecinos de "El Barrio" contra la música navideña enlatada. El anís, el chocolate y los buñuelos hicieron el resto. Gracias.


La Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial aprobada por la UNESCO es muy reciente, de octubre de 2003, y hasta esa fecha -y sobre todo a lo largo del cruento siglo XX- han sido muchas las tradiciones orales que inevitablemente se han extinguido bajo la presión de la estandarización cultural, de la comercialización poco ética o de gobiernos dictatoriales a los que tanto les escuece la diversidad cultural.


Aun así, el tratado de la UNESCO dota por fin a la cultura inmaterial de un marco jurídico y programático del que carecía, y cuya ausencia había permitido tantos abusos y desmanes. La cuestión pendiente es, ahora, que los acuerdos internacionales calen en los programas políticos nacionales y locales, en la empresa turística, y más que nada en la ciudadanía, para la que quizás no sea demasiado tarde; que el respeto al patrimonio intangible, en fin, se equipare al que en las últimas décadas ha conseguido el patrimonio material, sobre el que hoy nadie duda a la hora de recuperarlo y conservarlo, y cuya puesta en valor se practica bajo una férrea disciplina proteccionista.

El retraso que la protección de bienes intangibles ha venido sufriendo descansa en más de una razón. En primer lugar, su propia naturaleza dificulta enormemente la identificación y catalogación de estos bienes, que se refieren básicamente a las tradiciones orales, pero también a los ritos, usos y costumbres, a los espacios naturales de recreación y a los sistemas de valores y creencias. En segundo lugar, la variabilidad constante de esta parte de la producción cultural colectiva hace muy compleja su aprehensión y encarece desde todos los puntos de vista su aprovechamiento de cara al desarrollo. Por último, es indudable que una sociedad desmemoriada y mercantilista como la nuestra soporta mal el deber de proteger un patrimonio que ni toca, ni ve, ni le sirve, ni le lucra. En tal sentido, sólo el mínimo uso pedagógico que en el ámbito escolar se le ha venido dando a las tradiciones orales es digerido con cierto interés por políticos y ciudadanos.

Por lo demás, el uso que se ha hecho de este bien en las últimas décadas desoye penosamente las advertencias que ya en 1996 se especificaron en el informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la UNESCO, decisivo para la posterior Convención, pero todavía sin valor normativo. Tal informe abordaba por primera vez la necesidad de salvaguardar el patrimonio intangible desde el ámbito político, ético y fiscal y avisaba, como digo, contra perniciosas inclinaciones: la tendencia política de transformar la complejidad de esta parte de la cultura en mensajes simplificados (y contrarios, por tanto, a la diversidad), o el peligro de la mercantilización de bienes tradicionales, sobre todo en manos de empresas dedicadas a satisfacer la demanda de un turismo interesado en las “artes étnicas”.

Con la excepción de unos pocos museos, fundaciones etnográficas e iniciativas privadas que han asumido con riguroso respeto la protección de este patrimonio, este país está lleno de ejemplos que hablan de la perversa ecuación entre patrimonio intangible y patrimonio vendible.

La provincia de Cádiz, sin ir más lejos, y en concreto sus tradiciones orales, son un caso llamativo. Abandonado sin escrúpulos por unas instituciones públicas volcadas en la cultura material y en la cultura “de lujo”, el patrimonio poético-musical de nuestros pueblos ha venido vendiéndose en kioskos, librerías y puestos turísticos en forma de atractivas y vistosas “latas musicales” que falsean la verdadera naturaleza de estas manifestaciones y ocultan su origen y condición, o en forma de libros con textos “dignificados” por una mano “culta” que arrebatan el protagonismo a los verdaderos dueños de este bien, los transmisores, los depositarios del saber tradicional. El absurdo consumo, en fin, de un patrimonio que, estando en nuestra memoria, no tendríamos necesidad alguna de comprar, llega por ejemplo con lo que acabo de ver en Jerez: un grupo de mujeres y hombres de entre sesenta y ochenta años se reúnen para celebrar la Navidad y contratan por 1.800 euros una zambomba, sin caer en la cuenta de que ellos son los que recuerdan esas canciones que los que cobran han aprendido de ellos.

Artículo publicado hoy en La Voz de Cádiz