26 abril 2009

Saber y cantar en La Rioja

Javier Asensio García, Romancero general de La Rioja.
Logroño, Editorial Piedra de Rayo, 2008.
985 págs. + 2 CDs

Comenta Luis Díaz Viana, en algún momento de sus siempre lúcidas reflexiones sobre la cultura popular, que el deslumbramiento de recolectores e investigadores de la tradición oral se produce cuando advertimos que quienes nos transmiten su memoria poseen un saber inalcanzable para nosotros, y cuando, de este modo, caemos en la cuenta que los libros sólo nos proporcionarán una parte muy pequeña de la sabiduría que cabe en una vida humana. En el caso de la recolección de romances, tal impresión es inmediata y constante, quizás porque el transmisor de baladas convoca en su voz una memoria evidentemente centenaria y, sobre todo, porque al hacerlo teje una nueva ficción hecha de viejas fórmulas, que le pertenecen y a las que él pertenece. En definitiva, es inevitable la emoción del recolector ante un informante que sabe, la sensación casi de vértigo de que estamos ante un Homero.

El trabajo de Javier Asensio está hecho desde esa emoción y anhela esa sabiduría inalcanzable que lleva tantos años contemplando por tierras de La Rioja. Probablemente por eso se abra este frondoso repertorio con unas páginas dedicadas a dar fe –gráfica y textual- de las mujeres y hombres que han hecho el corpus, los que han convocado en su voz y en su esfuerzo poético la memoria de siglos y siglos. El estudio introductorio del autor prosigue en el deslumbramiento, e incorpora los retazos necesarios para que sepamos no sólo qué se canta y se cantó en La Rioja, sino también los porqués, esto es: la ocasionalidad y las razones humanas que persiguieron las baladas en este territorio.

Sin olvidar la categoría estética del corpus que publica, Asensio abunda en su estudio sobre la poética y la geografía del romancero, y facilita así a los no iniciados el camino libresco para comprender el milagro de la balada oral. Un camino emprendido por Menéndez Pidal y María Goyri y acrisolado por Diego Catalán en sus estudios de poética. Después, la ventana al sonido de La Rioja se abre espléndida para que contemplemos un repertorio abundantísimo y preservado con exquisito esmero, en el que hay que detenerse en los parajes de los romances históricos, y no dejar de recrearse en el de los romances devotos, singularmente adscritos al ciclo humano de la pasión.

De los casi doscientos cincuenta temas que componen este repertorio, hasta más de cincuenta podemos oír los CDs, y repetir así el imprescindible asombro de la memoria.

17 abril 2009

Paisajes naturales, paisajes humanos

Jornadas sobre el Parque Natural Sierra de Grazalema
Oficina Verde de la Universidad de Cádiz
Del 5 al 26 de mayo de 2009

14 abril 2009

Natacha recuerda la II República

Grupo de colaboradores de las Misiones Pedagógicas. Natalia Utray Sardá (1916-1994) es la primera por la izquierda


En Barcelona y en 1935 se estrenó Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, una obra que revolucionó el teatro y la pedagogía de la época, que fue presentada y recibida como ejemplo de teatro "del pueblo y para el pueblo", y en la que la crítica anarquista vio un ejemplo de su idea de un teatro al servicio de la Revolución. La obra llegó a estrenarse en Madrid en febrero de 1936 y, tras el 18 de julio, en Valencia, una vez trasladado aquí el Gobierno de la República.

La obra pone sobre las tablas a Natacha -la primera mujer en España en obtener el título de doctor en ciencias educativas-, empeñada en renovar la pedagogía del Reformatorio de las Damas Azules, una vieja institución defendida en sus añejos y represores principios por la Señorita Crespo, la Marquesa y el Conserje, representantes de la mentalidad reaccionaria. Natacha fracasa en su intento, abandona el Reformatorio y funda, con otros compañeros, una granja de trabajo comunal, en la que desarrollar los nuevos principios.

Alejandro Casona (pedagogo vocacional y Director del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas) lleva a los escenarios el ideario pedagógico krausista puesto en práctica por la Segunda República: la educación como fuerza redentora y transformadora de la sociedad, la necesidad de llevar la educación hasta el último rincón aldeano y hasta los grupos sociales más marginales, el rechazo al autoritarismo, a la severidad, a la sumisión y al respeto jerárquico, la condena del castigo como solución de conflictos y la defensa de la coeducación. Y concibe a Natacha como la personificación de “la mujer nueva, redimida y redentora, que en estos años lucha por su incorporación a la Universidad y a la vida pública”.

Para dibujar a su protagonista, Casona tomó referencias indudables de su madre, Faustina Álvarez (primera inspectora de enseñanza primaria del país), así como de otras mujeres contemporáneas decisivas en la transformación social, caso de María Goyri o de Victoria Kent. Pero parece ser que el modelo más próximo y el más homenajeado fue Natalia Utray Sardá, compañera del autor en las Misiones Pedagógicas, nieta de uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, licenciada en Historia y miembro, durante la guerra civil, del cuerpo de enfermeras del Ejército Republicano. En un momento de Nuestra Natacha, la protagonista de la obra alecciona a su compañero Lalo (alter ego de Casona en el texto) en estos términos: “Vaya a buscar a los pobres, a los enfermos, a los trabajadores que se nos mueren de tristeza en las eras de Castilla. Y repártase entre ellos generosamente. Lléveles esa alegría, enséñeles a reír, a cantar contra el viento y contra el sol”.