Ni aquí ni allá (corridos de la emigración)
El ensayo de María Luisa de la Garza obtuvo el premio de Ciencias Sociales "Cortes de Cádiz" en su edición de 2005, y tengo la impresión de que felizmente ocurrió así porque un libro sobre la frontera y sus habitantes y la capacidad de sus habitantes para cantar su drama, por muy lejos que geográficamente quede México, tiene que ser especialmente bien entendido en Cádiz, territorio fronterizo con vocación impenitente de poner rimas a su drama.
El corrido de la emigración se genera y crece paralelo al narcocorrido, haciéndose eco en esta ocasión de la aventura de los mojados, protagonistas de la conflictiva migración mexicana hacia el odiado y admirado país vecino, Estados Unidos. La emigración y el narcotráfico han desplazado así, en las últimas décadas, el antiguo centro de interés de la canción popular mexicana (el "nacionalismo revolucionario", generado fundamentalmente en las zonas de Jalisco y Guanajuato) hacia el norte, y el corrido, de ser un fenómeno nacional e identitario, se ha tranformado en la manifestación más emblemática de la cohesión trasnacional. La autora del libro dice bien cuando advierte, en tal sentido, que la evolución del corrido hacia otros lares, hacia otros temas y hacia otras músicas no debe interpretarse como una degeneración del mismo, sino como muestra de la enorme ductilidad de la canción popular para proyectar, siglo a siglo, el continuo devenir socio-histórico de una comunidad cultural.
Aunque de reciente prevalencia en el corrido, el fenómeno migratorio en la extensa frontera entre México y Estados Unidos tiene mucha historia: casi un siglo, desde que en 1917 el poderoso del norte comenzara primero a controlar y luego a restringir el paso de mexicanos, prosiguiendo con deportaciones masivas "de quienes previamente había sido bien recibidos" en 1924. Desde entonces, la relación asimétrica e inestable entre ambos países ha ido in crescendo, a la vez que crecía la comunidad mexicana, agrupada hoy por hoy en "clubes de oriundos" y formada por unos veinticinco millones de personas.
En tal contexto, el corrido, expresión socializadora del imaginario popular, ha generado una representación social de la emigración muy concreta, en la que sus acciones modélicas y sus agentes arquetípicos permiten una interpretación muy vasta de la copla como etnotexto. A propósito de esto, la autora indica que los corridos de la emigración no siguen una ideología política determinada, y que ni siquiera responden a la expectativa de cuestionar un orden social jerarquizado y sumamente discriminatorio; por el contrario, suelen estar dominados por una ideología próxima a la de las clases acomodadas, conservadora y tradicional, que rara vez insinúa verdaderas propuestas de transformación. Una observación -a nuestro modo de ver- sumamente valiente, inscrita por otra parte en el rumor cada vez más intenso entre los "folkloristas" de que trabajamos sobre una noción de pueblo imaginaria, o al menos idealizada a partir de los presupuestos románticos decimonónicos que pusieron la primera piedra de los estudios etnográficos. Periclitado el pensamiento marxista (que en la segunda mitad del siglo XX nos animó a una interpretación unívoca del texto popular como "revolucionario", esto es, anti-alienante), en estos momentos no nos queda sino reconocer que una buena parte de la creación popular ha venido desde siempre asumiendo un papel de control social de signo involucionista.
A los textos habrá que remitirse. Los corridos de la emigración abordan así esa representación codificada del conflicto social atendiendo a un repertorio diversos de anhelos y realidades del mexicano expatriado: la vida que se sueña desde este lado de la frontera, la relación de los emigrantes entre sí y de éstos con la comunidad anglosajona, los sinsabores en las imposiciones de la justicia y la problemática identidad del que no vive ni aquí ni allá.
Al ensayo de María Luisa de la Garza, clarificador y arriesgado, sólo le falta -en nuestra opinión- una cosa: documentación fonográfica; sin duda alguna, una pequeña antología sonora hubiera venido a paliar el silenciamiento que el corrido, como toda manifestación poético-musical de índole popular, tiene.
Adiós fronteras de El Paso, de San Isidro y Laredo,
ya me voy con rumbo al sur, voy a hacerme petrolero.
Adiós todas las fronteras, se acabaron los braceros.
Adiós a los emigrantes [policías], que casi son mis amigos;
tantas veces me agarraron en los cargueros dormido;
soñando con las riquezas, ya no sentía ni el ruido.
Este bracero se va en un avión de catego,
voy a hacerme petrolero y a ganar mucho dinero.
Adiós, todas las güeritas del Viejo y Nuevo Laredo.
Jamás volveré a brincarme los alambres con garrocha,
ni a prenderle veladoras al Santo Niño de Atocha
para que en el río Bravo no enciendan ni las antorchas.
A mis patrones de Texas los dejo con sus maquilas,
he de verlos por mi patria buscando la gasolina.
No más a ver cómo se siente andar como me traían.